Sí, decime. Te escucho.

 


Hace días que reflexiono acerca de la repetida afirmación “el gobierno comunica de una forma que la gente entiende y siente cercana”. Sin intentar averiguar si esto es cierto o no, al menos pretendo plantear algunas interrogantes y otras certezas entorno a un “nosotres” que sería “la izquierda”.

Hay algo que es claro: si las personas en sus casas no entienden a este - nosotres - hay que comenzar por preguntarse y repreguntar: 


¿Qué información está faltando? ¿Falta información o más bien se trata de la claridad con la que se informa? ¿Estamos aprovechando el potencial que los medios de hoy nos habilita? ¿Cómo estoy planteando lo que pienso, creo o propongo? ¿Será que quizás no lo transmito con confianza? ¿Por qué? ¿Cómo nos ven? ¿Quién hace los planteos? ¿Es la persona adecuada? ¿Existe una persona adecuada para comunicarse? ¿Estamos siendo parte de las respuestas? ¿No deberíamos posicionarnos mucho más desde un -¿me explico?-  que de un -¿me entendes?-. Seguro nos debemos una reflexión respecto a nuestro accionar. Es decir: ¿no será que nos corresponde escuchar activamente mucho más que salir a decir? ¿Vale más la palabra dicha o la escucha? Ante cualquier hecho, ¿debemos salir a decir? ¿O nos corresponde militar por el silencio y la reflexión pausada? 


Partiendo de estas y otras innumerables preguntas y respuestas necesitamos levantar el sentido último de la política: el arte de hacer el esfuerzo de construir colectivamente. Y para construir colectivamente se necesita ante todo, la escucha.


Pero ¿cómo construyo ese relato en términos históricos? Si la política es construcción de nuevas hegemonías que parten de la lucha de la contra-hegemonía, si la política es construcción de nuevos “sentidos comunes”, de las conversaciones aceptadas y compartidas en las esquinas de un barrio, entonces ese nuevo relato hegemónico habrá que construirlo necesariamente con la gente. 


Tenemos que pensarnos socialmente como un igual que piensa en el todo colectivo. La importancia de “ser un igual” es superlativa y al menos para eso, la gente tiene que entendernos para poder replicar fácilmente el nuevo relato. El fenómeno Mujica en Uruguay o en las antípodas políticas el de Trump en Estados Unidos hablan de esta necesidad. Ejemplos abundan. 


Si no hubo una buena comunicación, si no la hay hoy desde la fuerza política, entonces el desafío es y será el de hacer cosas diferentes. La costumbre y comodidad no debieran jamás superar a la izquierda que debiera ser siempre parte de un proyecto político superador. Esto no remonta al cambio por el cambio, sino a reconocer que cuando algo necesita modificarse, tenemos la responsabilidad de actuar. Sobre lo diferente, entre otras cosas, deberíamos poder pensar y estructurar un partido político que también incorpore liderazgos que intenten generar al día de hoy un mínimo de esa legitimidad cercana, en el ser, en el parecer, en el comunicar y fundamentalmente en las agendas políticas que son esenciales para las personas en sus hogares.


Entiendo que durante décadas compañeros y compañeras generaron justamente eso, pero hoy siguen liderando sin lograr, en las esquinas del 2021, el ida y vuelta que permita construir épica, relato y perspectiva de futuro. En principio lo paga la izquierda, pero esto lo paga la democracia toda. 


A esto quiero sumarle otro eje que tiene que ver con las nuevas generaciones, la renovación y las agendas. Siempre, siempre, las generaciones nuevas llegan a algunos mínimos pero potentes acuerdos que se luchan por incorporarse a ese relato hegemónico, al sentido común de la vida en sociedad. De esta manera es que surgen las transformaciones.

Si nos remontamos en la historia cada generación asumió, más allá de los matices ideológicos “morales”, sus propios acuerdos y eligió sus luchas. Y también tuvo evidentemente sus enormes desacuerdos y sus dialécticas y férreas discrepancias. 


Me parece importante entonces localizar dónde las generaciones del 90 hacia acá lograron construir en común, qué hegemonías reinantes y qué debates ideológicos construyeron. Dónde se puso, y luego “pusimos”, la pelota a la hora de disputar el terreno. Sobre todo para ver y entender qué debate está superado, cuál falta y cuál no aparece. ¿Qué hegemonía vamos a intentar construir a partir de ahora y cómo seguimos?


No tengo dudas que “generacionalmente” está acordada, por ejemplo: la lucha por la igualdad de género, la libertad sexual, la no intromisión moral, el aborto legal, la regulación del mercado de algunas drogas -más allá del alcohol y los estupefacientes que venían de generaciones anteriores-,  la necesidad de las políticas de desistimiento del delito, el alcohol cero para manejar, en términos de ciudades el énfasis en el espacio público y la convivencia, y podría nombrar muchísimos temas más. 


Bueno, todo esto que hoy parece fácil decir y acordar sin mucho apuro, es terreno ganado de acuerdo político (cultural) generación tras generación.


Dicho esto y pensando en todo lo anterior, estoy convencido que quienes tenemos más de 35-40 como yo, deberíamos escuchar y ayudar a construir (así sea con resabios y dolores culturales) el mundo que palpitan las personas más jóvenes. Hagamos el esfuerzo entonces de hacerlos parte de esa construcción cuanto antes.


¿Cuáles son las agendas que las generaciones que hoy tienen entre 13 a 18 años nos traerán? No lo sabemos. Pero por experiencia si sabemos que habrá que darles mucho espacio para que visualicen el mundo y la sociedad que se imaginan, la que sueñan, palpitan y serán protagonistas. 


Al fin y al cabo tienen el derecho que tuvimos nosotres, que tuvieron nuestras abuelas y abuelos y de todes les que venimos cagando -y a veces transformando- el mundo hasta hoy. 


Escuchar mucho e incorporar más. De eso se trata. 


Tan mal no nos puede salir.



Comentarios

  1. Me parece muy buena la reflexión y un desafío que nos enfrenta primero a saber si el problema radica en la forma del mensaje o en el mensaje en sí. Paradas en la forma, que parece haber sido la clave del éxito del gobierno actual, el mensaje es humo. O " te lo digo en la cara pero no te das cuenta". Paradas en el mensaje, importa si el contenido es " compartido" y " compartible". Qué " los más infelices sean los más privilegiados" ofrece el obstáculo de que nadie quiere - creyendo estar en el medio- identificarse con " los más infelices" y espera en la era de los individualismos a ser " de los más privilegiados". El otro es que lxs jóvenes y lxs más viejxs aparecen como obstáculos unxs de otrxs y no como parte de una intergeneracionalidad que se reconozca mutuamente en sus semejanzas y diferencias.

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